Ya estoy con la tiritona. Es mi hija de ocho años la que tiene 39 y medio de fiebre, pero soy yo la que tiemblo de los nervios. Como mañana se despierte igual a ver qué hago. Tengo billete para el AVE de las nueve a Barcelona, brunch de trabajo y vuelta a casa a las ocho de la tarde, lo justo para llegar por los pelos a dejarla y recogerla en el campamento urbano. Pero como amanezca malita de acostarse se me cae la infraestructura. De su padre olvídate. Tiene reunión de trimestre y van a rodar cabezas, puede que entre ellas la suya. Me lo acaba de advertir en plan ataque preventivo cuando me ha pasado el termómetro. La chica está de vacaciones. Los abuelos, en Benidorm. ¿Quién queda? Servidora en persona. La madre que la parió.
Se me abren las carnes de pensar que tengo que llamar al curro. Casi prefiero decir que tengo un coma etílico. Hay trabajos y trabajos. En el mío está mejor visto llamar diciendo que llegas a mediodía porque vienes directa del Sonar, o del FIB Heineken, o del Primavera Sound, que tenerte que ir deprisa y corriendo a Urgencias media hora antes de la salida porque tu hija se ha abierto la cabeza en clase de hípica. "¿Otra vez, pero no se rompió una pierna el año pasado? Qué niña tan delicada", piensa más de uno. Alguno, incluso, lo dice: "Peor es la madre, menuda mari, está echada a perder".
Nadie me entiende. En la empresa soy la maruja. En el colegio, la madrastra. Sólo hay que ver la mirada de superioridad moral con que me fulminan las otras mamás cuando tengo un día libre y voy a recoger a la niña. Lo que ellas callan lo dicen sus criaturas. Una vez invité a merendar a una amiguita al adosado. Se quedó prendadita con la casa pero se la tenía guardada. "Tú tienes escaleras y piscina, pero mi mamá me cuida y me hace tortilla", le soltó a mi hija la invitada. Qué rica. Eso fue un golpe bajo. Total, por un día que le puse a la niña gusanitos de almuerzo. Ya sé que no es excusa, pero llevaba dos semanas sin poder hacer la compra y ya nos habíamos ventilado todo el pan de molde, el pavo frío y las Oreo de la despensa. Además ¿qué le pasa a los ganchitos? ¿Acaso no son de maíz, cereales, hidratos de absorción lenta como recomiendan los pediatras? No se puede estar en todo.
Treinta y siete ocho. Gracias al cielo. Parece que le está bajando la fiebre. Mañana despierto a la niña, la pongo de manga larga, le meto un chute de Dalsy y la llevo al campamento. Pobrecita mía. La heroína de la conciliación es ella. Voy a pedirle una pizza de premio para cenar. La mala conciencia ya me la como yo.
Luz Sánchez para El País
lunes, 3 de agosto de 2009
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Jajajaja 'Poco centrada' en el trabajo y 'mala madre' en el terreno doméstico... la eterna canción de nuestros días, por desgracia!
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